Opinión

Montanaro: SEMANA SANTA DE CARTAGENA. UN JUEGO DE ENGREÍDAS VANIDADES

Andrés Hernández
Andrés Hernández
Montanaro: SEMANA SANTA DE CARTAGENA. UN JUEGO DE ENGREÍDAS VANIDADES

SEMANA SANTA DE CARTAGENA. UN JUEGO DE ENGREÍDAS VANIDADES

La Semana Santa de Cartagena en breves apuntes y opiniones, un cisma de intereses soberbios e hipócritas, muy engreídos y sobre todo alejada de la misericordia, del acercamiento o unión, de la humildad, la unidad y la solidaridad desfilan en perfecta procesión al armónico compás de unas engreídas vanidades extrapolables a la superficialidad general y alejadas del verdadero sentimiento de nuestros numerosos fervores de las devotas almas, austeras y profundamente arraigadas pero encubiertas. Si me preguntan eso diría. De hecho, a veces, se destila tontería.

Las personas olvidan, hoy las generaciones más modernas lo hacen con más facilidad, pero, no podemos olvidar de dónde venimos y el desastre que dejamos a nuestro paso por intereses banales, es la condición humana, aclaro, como la mezcla itinerante de patrimonio, el juego del chabacano barroquismo en un cortejo cada vez menos magno, a veces obsceno y tedioso y todo, por deseos tan espurios como desacertados y además desproporcionados, nos extendemos, alargamos y agrandamos tanto en el tiempo los cortejos por esos intereses que se aburre, cansa, molesta y hasta disgusta, es una realidad y además, no se ofrece nada nuevo en la catequesis bíblica y tardo evangélica, solo saciar la sed de soberbia y vanidad más humana que cofrade.

En una época donde buscamos la igualdad, buscamos la solidaridad y en época de disidencias espirituales y católicas complicados, en el corazón de la Misericordia de Dios y su divino mensaje, la despreciamos y diferenciamos al gusto para exteriorizar algo más que prepotencia y protagonismo, Y me refiero a la Misericordia Divina y el Viernes de Dolores a la Divina Misericordia, hoy no importa la unidad y la devoción a la verdadera redención de la humanidad representada en la Resurrección tras la Muerte y antes la Pasión de Jesús. Hoy lo que importa es la grandeza diferenciada de advocaciones representadas y la cantidad de tercios en la calle, hoy lo que importa es completar el tercio las modestas y establecer pasarelas de nepotismo las magnas y hacer acto de ostentación,  no mantener el patrimonio, no mejorarlo y cuidarlo, y luego la hipocresía en su máximo exponente, promesas de mantilla de alabastro en contra de las descalzas dolidas y austeras, promesas y rezos de fortuna en contra de los diarios bancos de altar, hoy, para vergüenza de propios y extraños vemos como personas que retiran un crucifijo de su jura como concejala, que no merece ni nombrarla, de forma miserablemente hipócrita, visten santos, adornan tronos, aceptan cargos en tercios y agrupaciones y desfilan delante del santo de guardia o de los 12 apóstoles sin avergonzarse, no como señal de identidad y respeto, no por devoción, no por tradición familiar, no por rito y penitencia,  sino para vanagloria protagonista en un juego de vanidades espurias. Es más y más vergonzoso, nos ponemos una mantilla y salimos en penitencia tras el Cristo Crucificado que meses antes se ha repudiado, humillado y ultrajado, tanta miseria sólo se esconde en el alma humana, desgraciadamente en más de un ejemplo, es un reflejo directo de lo que hoy significan las cofradías y la propia relación cristiana, el interés.

Hoy vemos como, según el protagonismo en los propios consejos cofrades, mesas y dirección, el más grande presiona en su beneficio que no es otro que, ocupar más espacio protagonista como si estuviéramos en una estúpida carrera de despropósitos por alcanzar esa engreída pero banal e insensible estrella. Hoy desprécianos lo que antes asumíamos como propio y desprécianos cofradías y asociaciones canónicas santificadas por envidia o algún tipo de patología regresiva como la soberbia, quizás, es un exceso de protagonismo inapropiado por parte de hermanos mayores, que representan a parte de la ciudadanía cofrade de diferentes idiosincrasias e incluso valores cristianos, en este contexto misericordioso que es la catequesis llevada a la calle de la Pasión, Muerte y Resurrección del Salvador pero, sin perder de vista su origen, la humildad y la solidaridad, pero sobre todo el respeto a todas las representaciones católicas, no olvidemos que estamos en un mundo complicado con una falta de valores morales impulsada por la política recesiva para destrozar la unidad ética y ejemplarizante que es la familia, verdadera escuela de valores y pilar de la religión católica, no cabe despreciar a asociaciones y congregaciones con medio siglo de historia cofrade ya que, es despreciar su significado y a su fiel devoción en la ciudad de Cartagena, y es un error, máxime cuando hemos tenido antecedentes indiferentes y oscuros, recuerdo mi pregón de 2005 durante al 35 Llamada Literaria dónde, reclamaba la total integración de las cofradías y asociaciones a la Junta de Cofradías de verdadera representación, ya pasó con el Cristo del Socorro allá en el tiempo, se consumó su integración y con éxito, y si entonces estaban despreciados los del Socorro, hoy está desterrada la Divina Misericordia que, gracias a la época más mediocre encarnada, encontró su sitio, su identidad, su fervor y su devoción multitudinaria más allá de Santa María, además amparada por el Obispado de Cartagena, custodiada por todas las fuerzas de Seguridad que les rinde honores, asentada en la Santidad Papal de San Juan Pablo II y escoltada por el Ejército del Aire y sus Zapadores Paracaidistas que cierran el circulo integral con el resto de  piquetes de la ciudad, la Armada y el Ejército de Tierra, ¿Quién creemos que somos para despreciar la devoción de parte de un pueblo? ¿Quién somos para desterrar el fervor de las personas?   

Hay un hecho tangible y palpable, en esta Semana Santa cartagenera nunca llueve a gusto de todos, siempre, siempre nos vamos a equivocar, siempre hay alguien más listo, siempre hay alguien más exégeta, siempre hay alguien más meapilas que no de convicción devota, y siempre hay alguien del que recibir lecciones de precisionismo y a la sazón de humildad. Nunca estaremos contentos y es nuestra sangre cartagenera.

Vemos cómo en esta España que adormece no tenemos techo en la estupidez y la majadería, aparece la agnóstica de turno, la tragaldabas de guardia, y agasajamos, además del silencio cómplice del gobierno pidiendo disculpas al mundo sarraceno por nuestra cultura, nos disculpamos por nuestras tradiciones, o como el caso del nuevo régimen instaurado y sus representantes en la región y en la ciudad recordando en Semana Santa, no a Cristo, no a los españoles, no a nuestras creencias, a nuestros sentimientos, a nuestra cultura y folclore, sino a lo banal y absurdo no se puede ser más imbécil y abrazafarolas de la religión según el momento y, como hemos visto, más hipócritas que los socialistas y socialistos, por un lado comulgan y por el otro pecan y ofenden.

¿Que será lo siguiente?, ¿promesas de mantilleros amparados por leyes regresivas?, lo veremos, no es broma. Procesionisto y Procesionista del año, Nazareno y Nazarena Mayor y Menor, parece una estupidez mi alegato, pero el mensaje es claro. No son tiempos de desunión ni de desprecios cristianos.

Pero para la inmensa mayoría, la Semana Santa de Cartagena, su catequesis y representación es como una melancólica melodía eterna que no nos abandona, nos duele la lejanía, pero a la vez es el remedio, somos generaciones y generaciones de hipócritas henchidos de poder, pero, sobre todo, de procesionistas en soledad.

A veces se nos olvida que representamos una catequesis de Vida, de Caridad, de Amor, de Solidaridad, y lo convertimos en lo contrario, justificando en una gran representación en la calle lo que escatimamos en nuestro corazón, representamos la gran farsa del amor de Cristo y la de nuestra alma, la generosidad y la humildad la convertimos en 30 monedas de plata. No pretendo ofender a nadie, solo opinar sobre la realidad tangible de la devoción cristiana en esta ciudad.

Después de siglos de historia y, adulterada la génesis de la misma hoy por la promiscuidad moral y religiosa, no aprendemos a ser humildes, a respetar la ética de nuestras tradiciones y a sus representantes, a las personas sin transgredir ni humillar sus sentimientos, a nuestros cortejos en su esencia que es alejarse de cabalgatas inventadas e innecesarias por facilitar la doble Cruz, perdemos el respeto a cofradías y asociaciones católicas amparados en la soberbia cofrade, perdemos el norte muy a menudo pervertidos en un juego de engreídas vanidades y lo demás es política y justificaciones baratas. Vanidad es la cualidad de Vano. Falto de realidad, sustancia o entidad. En esa estamos.

Andrés Hernández Martínez